La revolución del Big Data trasciende el plano tecnológico. Estar inmersos en un océano de datos significa también generar información a diario procedente de las más distintas fuentes y actividades.
Un entorno en el que la privacidad gana importancia por las constantes vulneraciones o usos que, aun siendo legales, no siempre se consideran éticos. A la par que se plantean cada vez mayores desafíos en protección de datos.
Una situación que, sin duda, dista de ser la ideal a la hora de permitir un control efectivo de los datos por parte de sus dueños, si bien el mismo concepto de propiedad resulta debatible.
Sea como fuere, en la práctica, del mismo modo que muchos aspectos tecnológicos se nos escapan, también nuestros datos pueden acabar en el lugar más inesperado, tanto sus usos positivos como negativos. Y contando con o sin el permiso de sus propietarios.
Son datos que generamos al navegar, al participar en redes sociales, al utilizar servicios públicos o privados, tarjetas de pago así como al usar un teléfono móvil o cualquier otro dispositivo del Internet de las Cosas (IoT), pongamos por caso. Datos que parten de nosotros pero que, muy a menudo, no podemos controlar.
Como consecuencia de ello, podemos sentirnos vigilados -y serlo- pero también es posible llevar a cabo actuaciones ventajosas para nosotros mismos e incluso para la sociedad. El concepto orwelliano del Gran Hermano ya no es ciencia ficción cuando se trata de la extracción y procesamiento de datos personales en la actual era digital.
Explotar los datos: cara y cruz del Big Data
La datificación de nuestras vidas adquiere un valor inconmensurable de cara a su creciente explotación a nivel empresarial, institucional o científico. Su uso a gran escala, por otra parte muy ventajoso en un mundo globalizado, permite abrir nuevas y apasionantes oportunidades.
No solo para mejorar las cifras de negocio, la ciencia o, por ejemplo, la eficiencia gubernamental cuando se utilizan de forma agregada, sino también para beneficiarnos a nivel personal.
Desde un enfoque global gracias a la predicción de epidemias, pongamos por caso, hasta la recomendación de revisiones médicas o una mejor calidad de vida gracias al avance de la ciencia o de la planificación urbana, el manejo del tráfico, la polución, así como de la seguridad ciudadana, entre un sinfín de posibilidades.
Si somos emprendedores, también encontraremos apps que trabajan con datos útiles para nuestro negocio, tanto a la hora de lograr más ventas mediante un marketing y una atención al cliente personalizados como ayudándonos a ubicar una tienda física o conociendo mejor el perfil de nuestra clientela.
Sin embargo, el Big Data no genera oportunidades sin límites. Que los datos sean una materia prima con un enorme potencial no significa que todo esté permitido, lógicamente. Así pues, el manejo de datos ingentes de esa red puede utilizarse en clave social, empresarial o en cualquier otra, pero debería encontrar el límite de la responsabilidad a la hora de proteger la privacidad de los mismos.
La focalización en el individuo plantea numerosos interrogantes y recelos más que justificados sobre los inevitables problemas relacionados con su seguridad y privacidad. Un efecto no deseado que incluye labores de espionaje, que sólo puede paliarse con el avance de la tecnología, las buenas prácticas y, por supuesto, un marco jurídico que responda a esta nueva realidad.
De igual modo que la tecnología ayuda a mejorar la seguridad, también existen avances en sentido contrario, con lo que se trata de una carrera sin fin, en la que nunca está la meta a la vista.
Así, de nuevo concluimos que las vulneraciones están a la orden del día, a lo que hemos de sumar dos agravantes: el boom de dispositivos por la revolución tecnológica de IoT y la consiguiente necesidad de un refuerzo de la seguridad. Según Gartner, en 2020 los dispositivos conectados a la red alcanzarán los 26.000 millones y estamos rodeados de un promedio de cinco de estos gadgets.
Aunque la normativa fuese protectora, la simple existencia de estas amenazas no permitirían afirmar que los datos nos pertenecen. Yendo más allá, incluso dentro de la legalidad pueden intervenirse comunicaciones telefónicas u otras fuentes de información personal cuando así se requiere, por ejemplo a instancias judiciales.
Una transformación radical que nos hará la vida más fácil y plantea, a su vez, problemas de seguridad y privacidad que se intentarán solventar. De hecho, están empezándose a hacer y los avances son siempre mucho más lentos de lo que sería necesario.
Actualmente, según Gartner, el 70 por ciento de los dispositivos de IoT son vulnerables. Sin embargo, de cara a poder controlar o ser “más dueños” de nuestros datos, las expectativas pintan bien, puesto que la securización se considera esencial para el desarrollo de este tipo de mercado, todavía incipiente.
Por lo tanto, la tendencia debería caminar en esa dirección y se espera una mayor inversión en seguridad y, por lo tanto, una reducción de la vulnerabilidad y menor número de ciberataques, pronostica la consultora.
En el ámbito europeo el marco legal se vela de forma rudimentaria sobre ese universo del todo conectado para reducir ese impacto negativo, si bien se trata de un refuerzo de los derechos de las personas sobre sus datos personales.
Fundamentalmente, con Reglamento General de Protección de Datos (GDPR) que establece un nuevo marco europeo de protección y tratamiento de datos personales en relación a su libre circulación. No en vano, la tentación es grande, y recabar grandes datos de modo fraudulento o simplemente llevando a cabo malas prácticas es una realidad cotidiana.
Los datos personales, ese “nuevo petróleo”, según el informe “Living in a hyperconnected world” del Foro Económico Mundial, conlleva grandes riesgos, un oro negro que es consecuencia de la “hiperconectividad” como fenómeno de doble cara, que está teniendo un impacto tremendo en lo personal.
En cuanto a percepciones, el actual estado de la cuestión no es halagüeño. Por lo pronto, las estadísticas no ayudan, ya que para el 42 por ciento de los españoles priman las desventajas respecto a cuestiones de privacidad en el uso de sus datos, según un estudio del Instituto Vodafone. A nivel europeo, la cifra supera el 51 por ciento, concluye una encuesta en la que han participado miles de ciudadanos de distintos países de la UE.
¿Nos Pertenecen los Datos? Los desafíos del futuro
Son muchos y muy complicados los retos que deben alcanzarse para que un mundo dominado por el Big Data no suponga de forma indefectible que los problemas de privacidad se disparen. No solo depende de la política gubernamental o corporativa, sino de de afrontar grandes desafíos a nivel tecnológico.
Pero el riesgo siempre estará ahí. Será un incentivo para afrontarlo y buscar sistemas de protección que garanticen la seguridad de las personas o, si se quiere, un problema permanente. Todo depende del color del cristal con el que se mire, pero de un modo u otro los datos no nos pertenecerán enteramente.
Un hecho que no resultará gravoso, siempre que se respete la privacidad y se apliquen protocolos de datos, códigos éticos de conducta y los respectivos formularios de consentimiento.
Dentro de una legalidad bien diseñada, en la que se trate de elaborar leyes que prevengan un mal uso de los datos por considerar que pueden vulnerar el derecho a la privacidad y, en definitiva, busquen el equilibrio entre el derecho a la privacidad y un positivo uso de Big Data.